martes, 6 de noviembre de 2012

EN un taller y carpintería de El Alto, Francisco López y su esposa Giovanka crean decenas de ángeles que después distribuyen en La Paz.

Francisco López es tallador y experto en restauración. Estudió arte en la Academia Nacional de Bellas Artes. Hasta 2011 vivía en Kupini, pero la lluvia y los deslizamientos del lugar se llevaron su casa. “Es una historia muy triste”, dice. Pero si bien ésta fue una desgracia que afectó profundamente a su familia, nunca se quedó realmente desamparado ni le faltó sustento, gracias a los ángeles.

“Vengo de una familia de artistas”, afirma. Aprendió el arte del tallado de su padre, cuando era niño. Él y sus hermanos ayudaban al progenitor, desde pequeños, todos los días en su taller.

“El sueño de mi padre era poner una escuela de tallado, pero nunca llegó a cumplirlo. Más tarde mis hermanos optaron por otras profesiones y yo me inscribí en la Escuela de Bellas Artes”, cuenta. Después se dedicó al tallado y la restauración. Fabrica todo tipo de figuras decorativas y muebles de toda índole, pero su especialidad son los ángeles que talla en madera y que su esposa, Giovanka, se ocupa de pintar.

En su taller de Villa Adela, en El Alto, ambos crean ángeles pequeños, grandes, estilizados, gorditos, ángeles para regalar en Navidad, en bautismos, primeras comuniones o simplemente para tener uno en casa, lo cual, asegura, es aconsejable. Pero también hace ángeles coloniales que se venden exclusivamente en el Museo Nacional de Arte.

Artistas en fusión

El taller es amplio; la madera y el aserrín calientan el ambiente y el olor a madera le da una fragancia natural agradable. Afuera, el frío y el viento hacen de las suyas, pero aquí reina la armonía. Las mesas de trabajo de Francisco y Giovanka se encuentran frente a frente. Ella pinta y repuja; él talla.

El enterizo de trabajo de Giovanka está lleno de manchas de colores. Ensimismada, pinta con concentración absoluta los vestidos de las esculturas que ha tallado su esposo. En su mesa, un ejército de pequeños ángeles de madera contempla cada uno de sus trazos. Esta vez no se trata de figuras coloniales, sino de simpáticos angelitos que la pareja alista para un pedido que debe entregar a una tienda.

“Somos una fusión. Ella se ocupa de la pintura, del repujado y del barnizado. Hace lo que yo no puedo hacer y viceversa”, dice él. “Sí -agrega Giovanka-, hace un tiempo tuve que viajar y no había quién me remplace”.

Se conocieron cuando estudiaban arte en la academia. Se casaron hace ya más de 20 años y tienen un hijo que, aunque estudia arquitectura, conoce bien el oficio de sus padres. Hoy hacen un modelo nuevo de ángeles y el primero de ellos irá a casa de la familia López. “Es una cábala que tenemos”, dice Giovanka.

La inspiración de Calamarca

Ya el padre de Francisco tallaba ángeles, pero él tuvo la idea de hacerlo con mayor dedicación después de 1998, cuando el entonces Viceministerio de Cultura le encargó los marcos para los ángeles coloniales de la iglesia de Calamarca.

“Al ver la cara y la tranquilidad de los ángeles, me he inspirado para hacerlos en madera. Me llamaba la atención la expresión de armonía de cada ángel que había pintado el Maestro de Calamarca durante la Colonia”.

Copió cada una de las imágenes para reproducirlas en madera. Imitó el rostro, el ropaje, los colores, la decoración de sus vestidos, las alas que parecen tener movimiento. Sus ángeles se venden como pan caliente. Los compran coleccionistas, gente aficionada al arte y la estética de la Colonia. “La ropa está hecha de tela encolada; antiguamente la ropa estaba hecha de maguey, que es una red que se hace de la raíz de una planta. Hoy ya no se consigue”, cuenta.

Lo que más le piden son los arcángeles Gabriel, Rafael, Uriel y, por supuesto, San Miguel. Cada uno lleva su propio atributo. San Miguel generalmente porta una lanza con la que reduce al demonio, pero también puede llevar otros elementos: “puede ser una lanza y una bandera, como el San Miguel de Calamarca, que es un ángel más tranquilo, y mucha gente prefiere a San Miguel pacífico, no tan guerrero”, afirma Francisco. “Rafael, por lo general, siempre está con un pescado en brazos, que representa el alimento; Gabriel lleva una flor de liz” , comenta. San Miguel es el arcángel por el cual la gente tiene mayor devoción.

También Francisco y Giovanka sienten un respeto especial por este arcángel. “A mí San Miguel me gusta por su fuerza y su entereza, es representativo de la fuerza y de la paz”, afirma Francisco. “Pinto su ropa de verde, azul o rojo, que es el color que mejor le queda a este ángel, porque es el color original y es una fuerza especial que tiene el rojo”, dice Giovanka.

La serie de los ángeles de Calamarca es una de las más completas que se conserva. Se trata de 36 cuadros pintados en la segunda mitad del siglo XVII. Son diez los cuadros que muestran ángeles arcabuceros. “Son ángeles de jerarquía militar”, explica Francisco; además de estar armados con un arcabuz, su ropa está inspirada en la que llevaban los soldados de la época.

La restauración de 1993 es conocida como una de las mejores y más grandes que se hizo en este tipo de obras de arte en América Latina. Francisco fue elegido para integrar el equipo por el amplio currículum que tiene.

“He hecho varias restauraciones, como la del Salón de los Espejos del Palacio y parte del marco del Señor del Gran Poder en la iglesia del Gran Poder; he hecho el tallado. También he restaurado distintas iglesias. He participado, mediante el Ministerio de Culturas, en la restauración de la iglesia de San Francisco y también en las de algunos pueblos, como Ocobaya y Tarabuco. En el Museo Nacional de Arte y en otros lugares me conocen por mis restauraciones y por las réplicas casi exactas que hago de obras de arte de la época colonial”, afirma Francisco.

San Pedro y San Miguel

Hay una anécdota especial que Francisco recuerda de la época en que se hizo la restauración.

Estaban en la recta final de la obra. La esposa, los hermanos y el hijo llegaron para ayudar al tallador que ya había concluido todos los marcos para los cuadros. La iglesia estaba llena de autoridades y jilacatas del pueblo. Al subir las pinturas y colgarlas en las paredes, de repente se dieron cuenta de que faltaba un cuadro.

“Era una pintura pequeñita de un San Miguel y la gente se empezó a poner muy nerviosa. Quieren demasiado a las pinturas y no les gusta que las manoseen mucho, tampoco quieren que salgan del pueblo porque tienen la creencia de que la cosecha puede ser mala”, rememora.



Los artistas y restauradores en ningún momento se quedaron solos en la iglesia como para poder llevarse un cuadro. Lo buscaron por horas.

“No hemos salido de la iglesia para nada, nos hemos quedado aquí hasta para comer y aquí nos están cuidando todo el tiempo”, les dijo Francisco cuando descubrió que la gente sospechaba que ellos habían robado el cuadro. Después de un largo tiempo de búsqueda, descubrieron la pintura en un sitio más que evidente, un lugar en el que ya lo habían buscando antes. “Si mal no recuerdo, fue un niño el que de repente entró y dijo: ‘Pero si ahí está el ángel’. Ha sido una historia de miedo, pero también una historia bonita”, dice Francisco.

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